Es un fan fic que estoy haciendo sobre el mundo de Crepusculo, aunque la protagonista es inventada, no es ninguno de los personajes de la saga; aunque puede que estos salgan.
Aqui dejo el primer capitulo, disfrutad ^^
Lazos de sangre
Capítulo I
Recogió con la lengua los restos de sangre que se le había quedado en las comisuras de sus pálidos y carnosos labios. Sonrió. Había sido una buena cacería; una mujer de unos veintitantos años cuyo delicioso olor habría sido difícil de resistir.
Camille Rousseau, apodada por los de su especie “Señora de la Noche”, había sido en su otra vida una joven y bellísima (aunque, obviamente, no tan hermosa como ahora) francesa, de la ciudad de Toulouse durante la época de 1580. Sus padres no eran ricos, pero tampoco pobres; vivían en una agradable y acogedora casa de dos pisos con algunos criados a su cargo. Toda su vida había sido feliz hasta que fue brutalmente “asesinada”. Ocurrió una noche oscura, sin luna. Él, un vampiro alto y esbelto, se había cruzado en su camino cuando ella volvía sola de una visita a unos conocidos en el pueblo de al lado. Más tarde, cuando ella ya había sido convertida unos doscientos años atrás, y le encontró por fin tras búsquedas infructuosas (con el propósito de asesinarle), había descubierto que el vampiro no era en absoluto un neonato, y que habría resistido la tentación de no ser porque su olor había sido tan delicioso, tan exquisito, le había llamado de esa manera tan intensa. Así que no pudo contenerse y se lanzó a por ella como un trastornado. Por si fuera poco, el tipo era un sádico. La violó y agredió brutalmente. Solo la ponzoña pudo salvarla. Cuando el dolor remitió un poco a los dos días y medio, tuvo suficientes fuerzas para levantarse y caminar al interior de un bosque a refugiarse. Y así es como había vivido hasta ahora, durante más de cuatrocientos años: yendo de aquí para allá visitando aldeas y pequeñas ciudades de Francia para alimentarse, refugiándose en los bellos bosques franceses.
A menudo añoraba la vida que había tenido, y la que hubiera podido tener (aunque ella jamás lo habría reconocido). No obstante, estaba a gusto con su nueva vida. Ahora era fuerte y rápida, sigilosa e inmortal, y sobre todo bella, muy, muy bella (una de las vampiras más hermosas que se habían visto, junto con unas tales Heidi de los Vulturis y Rosalie Cullen).
Lo que la ocurrió (sobre todo la manera en que la ocurrió), había hecho que se volviera amargada y cínica, cruel y despiadada, había corrompido todo lo bueno que albergaba su dulce corazón.
Así que cuando ya había dejado de ser una simple neófita, había adquirido fama, experiencia y autocontrol, había ido a buscar al vampiro que tan vilmente la convirtió. Lo encontró, lo descuartizó y lo quemó sin que su inmutable rostro y su insondable mirada denotasen cualquier tipo de emoción.
Levantó la mirada hacia el cielo. La luna estaba en su cenit. Aún quedaba suficiente tiempo antes de que amaneciese como para buscar otra presa más. Sin embargo; estaba saciada, así que decidió salir a disfrutar de la noche, el único momento del día en que podía hacer lo que le viniera en gana. Como a todos los vampiros –y a pesar de los inciertos mitos y leyendas-, la luz del sol no la afectaba lo más mínimo; lo único que provocaba en ella era un llamativo centelleo de su nívea e impoluta piel.
Aun así, le agradaba la noche. Oscura, fría y silenciosa (como ella), le proporcionaba toda la discreción que a Camille le gustaba.
Continuó caminando por el bosque. Si alguien la hubiese visto, pensaría que paseaba sin rumbo fijo, pero no era así en absoluto. Sus pasos la dirigían a un claro del bosque cerca de un arroyo. Allí no había nada especial, únicamente el tronco de un árbol caído en el que la gustaba sentarse y meditar. A su paso por entre los árboles, muchos lobos la observaban e, inmediatamente huían de un depredador superior a ellos entre quedos gemidos.
Los descalzos pies de la Señora de la Noche no parecían notar lo más mínimo la helada nieve de mediados de invierno que pisaban. Sus altas botas negras, que llegaban hasta la rodilla, la esperaban junto al tronco del árbol. Camille siempre llevaba un vestido negro del siglo XVI, una capa sin manga por encima del vestido y con una capucha que siempre llevaba echada (y que ocultaba casi por completo su rostro) y esas altas botas negras. El negro se sus ropajes y de su ondulado y larguísimo cabello contrastaba con el pálido blanco de su piel, confiriéndole un aspecto frío y amenazador.
Cuando llegó a su destino, no se sentó en el tronco, como era costumbre, sino que se aposentó en una roca al lado del río para meter los pies en el agua. Cualquier humano se hubiese congelado por la bajísima temperatura del agua helada, pero ella ni siquiera lo sintió. No había nada más frío que su piel; salvo una cosa: su helado y quieto corazón.